Los BRICS van ganando en visibilidad como polo alternativo a Occidente, pero en ningún momento han alcanzado una cohesión compacta, y con una nueva ampliación a once miembros el camino sería aún más arduo
El acrónimo BRICS, que engloba a cinco grandes países (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), lo inventó hace casi 20 años el economista británico Jim O’Neill, analista de Goldman Sachs, para etiquetar a un grupo informal de países que crecían a un ritmo de vértigo, se convertían en motores del PIB mundial y ofrecían prometedoras oportunidades al inversor global.
Se trataba de las denominadas “economías emergentes“. O’Neill vaticinó que en los próximos años el mayor crecimiento global procedería precisamente de estas “economías emergentes” y que, dentro de un par de décadas, superarían al G-7 (grupo de los siete países más industrializados, formado por Estados Unidos, Japón, Canadá, Alemania, Francia, Italia y Reino Unido). Fue una idea diáfana y anticipatoria que ha acabado triunfando.
Brasil, Rusia, India y China (BRIC) formalizaron primeramente su relación como polo geopolítico en 2009, cuando la crisis financiera en Estados Unidos y Europa (Gran Recesión de 2008) aumentaba el atractivo de la periferia. En 2010, con la adhesión de Sudáfrica al grupo, se añadió la “S” final y nacieron los BRICS.
Fue Putin quien en 2009 convocó la primera cumbre de los entonces BRIC en la ciudad rusa de Ekaterinburgo. Allí se constituyeron como grupo y se autoproclamaron alternativa a Occidente. Hacía dos años que Putin había pronunciado en la Conferencia de Seguridad de Múnich su famoso discurso contra la OTAN y la “hegemonía” y la “arrogancia” de Estados Unidos (2007). Allí formalizó su desapego de Occidente.
Los BRICS representan actualmente más del 42 % de la población mundial y un 30 % del territorio del planeta, así como un 23 % de su PIB y el 18 % del comercio mundial.
Acaban de celebrar a finales de agosto una cumbre de jefes de estado y de gobierno, la número 15, en Johannesburgo (Sudáfrica). Ha sido el acontecimiento geopolítico más importante de este verano.
Allí se han visto las caras Xi Jinping, Narendra Mori, Cyril Ramaphosa y Luiz Inacio Lula da Sila. Putin no se ha desplazado a Johannesburgo, ya que planea sobre su cabeza una orden de arresto por parte del Tribunal Penal Internacional (TPI), basada en crímenes producidos en la guerra de Ucrania. Es un riesgo que Sudáfrica, miembro del TPI, no ha querido correr, lo que ha supuesto una evidente frustración para el líder ruso.
Sin embargo, por videoconferencia ha aprovechado la oportunidad de declarar que “ha sido el deseo de algunos países de mantener su hegemonía en el mundo (clara referencia a Estados Unidos, la UE, la OTAN y Occidente en general), lo que ha llevado a la grave crisis de Ucrania y no el deseo de Rusia“. Serguéi Lavrov, ministro de asuntos exteriores ruso, ha asistido a la cumbre en representación de Putin.
Los BRICS emprenden en Sudáfrica una nueva fase de su historia
Los BRICS emprenden en Sudáfrica una nueva fase de su historia con el anuncio de que el día 1 de enero de 2024 podrían entrar seis nuevos socios: Arabia Saudita, Argentina, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía e Irán.
China es el país más entusiasta en abrir el grupo, ya que necesita el máximo de apoyos en su pugna global con Estados Unidos.
Brasil y Sudáfrica no tienen claro cambiar un status que les singulariza en sus respectivos continentes. Lula da Silva ha invitado Argentina a ingresar en el club, pero su diplomacia no secunda una política estrictamente antioccidental.
India es el país más ambiguo de los cinco. No se pronuncia, y el interés que ha mostrado en la celebración de la próxima reunión del G-20, de la que será anfitriona, indica que Modi sigue su propia agenda.
Xi Jinping ha aprovechado la ocasión para declarar solemnemente: “el mundo está atravesando grandes cambios, división y reagrupamiento; ha entrado en un nuevo período de turbulencia y transformación; me congratula ver como crece el entusiasmo entre los países en desarrollo por participar en los BRICS; deberíamos permitir a más países que se unan a nuestra familia“.
Acreditados analistas estiman que “los BRICS constituyen probablemente la propuesta más seria de oposición al monopolio de Occidente en el panorama internacional; más ambiciosa por objetivos y dimensiones que el Movimiento de Países No Alineados que surgió de la Conferencia de Bandung de 1955“.
Desde su creación, los BRICS han alumbrado como su resultado quizás más tangible el Nuevo Banco de Desarrollo, con sede en Shanghái, una alternativa pretendida por China al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional, “instituciones de inspiración y control occidentales”. Reducir la dependencia del dólar es también un objetivo de China y de los BRICS. Hasta ahora los resultados conseguidos son modestos, aunque las iniciativas para usar el yuan se multiplican.
Indonesia se cayó a petición propia. Los pretendientes Argelia y Nigeria se han quedado fuera inesperadamente.
Entraría Etiopía y con ella cuatro países de Oriente Próximo, una región en la que Pequín está ocupando velozmente el vacío dejado por Estados Unidos tras las guerras de Afganistán e Irak.
Argentina es un país claramente occidental, cuya política exterior ha consistido sistemáticamente en “ser amigo de todos y no ser aliado de ninguno “. Argentina ha de buscar su lugar en una economía global caracterizada por la rivalidad chino-americana. Su gran capacidad exportadora en materia agropecuaria significa una importante carta de presentación en el nuevo escenario geopolítico, pero antes necesita poner en orden su economía, de nuevo al borde del precipicio.
Mercosur (organización de la que forma parte al lado de Brasil, Uruguay y Paraguay) debería tener un papel determinante en su estrategia si refuerza su integración, al lado de adoptar importantes y necesarias reformas estructurales en su economía.
En Argentina existe actualmente un debate sobre si aceptar o no la invitación a incorporarse a los BRICS. Según analistas del país, Argentina tiene que elegir entre “democracia y tiranía“.
La intención última de los países más poderosos del grupo (China en primer lugar y después Rusia) consiste en fortalecer una verdadera alternativa al dominio geopolítico de Occidente, dirigido por Estados Unidos. China está obsesionada con el unilateralismo y el hegemonismo norteamericanos. Pretende un nuevo mundo multipolar y se considera el único actor geopolítico capaz de ofrecer una alternativa real a la democracia liberal occidental.
Rusia busca como salir del agujero que ella misma se ha cavado con la guerra de Ucrania. Los BRICS constituyen un buen canal para escapar a las sanciones que le ha impuesto Occidente.
Objetivos del grupo BRICS
La intención explícita de los BRICS es crear alternativas a los foros internacionales dominados por Occidente, como el G-7, o liberarse progresivamente del peso del dólar en el comercio internacional.
Después del fracaso del G-20 y de la irrelevancia de la ONU, existe una verdadera sensación de orfandad en lo que ahora se denomina el Sur Global, el gran conjunto mundial de países en desarrollo.
Prueba de ello son los esfuerzos de países como India o Brasil por tener voz propia en la guerra ruso-ucraniana, o el sufrimiento y la impotencia con la que otros – como Egipto, pero también muchos más- se ven afectados por dicho conflicto a la hora de acceder a la producción de cereales de las potencias contendientes. Es irónico comprobar que quienes los han metido en este lío, cuyo principal responsable es Rusia, ahora pretendan apoyarse en ellos para potenciar su presencia geopolítica.
El club trata de acelerar su carrera hacia “un nuevo orden mundial más justo y equilibrado “. El propio secretario general de la ONU, el portugués António Guterres, ha proclamado en la cumbre de Johannesburgo que “la gobernanza global debe representar el poder y las relaciones económicas actuales y no las de 1945 “.
Brasil defiende su neutralidad, siempre ha trabajado para llevarse bien con todos. Irán no quiere saber nada con “el Gran Satán “, es decir, Estados Unidos. China y Rusia buscan un salto adelante en su deseo de forjar una alianza que ejerza de contrapeso al G-7 occidental.
Durante mucho tiempo, India y Brasil fueron reticentes a abrir la puerta porque diluye su presencia. Entre China e India existen muchos recelos geopolíticos. India es miembro del QUAD, una alianza de contención de China encabezada por Estados Unidos, de la que forman parte también Japón y Australia. Con la entrada de Arabia Saudita, primer productor de crudo del mundo, de Emiratos y de Irán aumentaría considerablemente el poder de los BRICS sobre el petróleo mundial. Cuatro de los posibles nuevos países están situados en la problemática región de Oriente Medio, lo que preocupa especialmente a Estados Unidos e Israel.
Imaginar que la India se alinee con China es ridículo o que la teocrática Irán, con su antiamericanismo visceral, pueda conectar con un teórico aliado de Washington como es Arabia Saudita o con una hipotética Argentina gobernada por Mirei parece poco probable. Los Emiratos podrían proveer fondos para estimular cualquier aventura financiera del grupo, pero poco más, ellos saben bien donde residen sus intereses.
Aun así, lo que lamentablemente reflejan los BRICS es la apatía diplomática de la UE y de Estados Unidos, ensimismadas en sus políticas internas y mostrándose cada vez más incapaces de atraer a gran cantidad de países del Sur Global. A veces, la no acción es la forma más conspicua de actuar.
En la reciente cumbre sudafricana, los BRICS han querido demostrar que buscan consolidarse como líder de los países no occidentales y del Sur Global. Con la entrada de nuevos socios en los BRICS podrían sumar a partir de 2024 el 46 % de la población mundial y el 37 % del PIB mundial medido según paridad de poder adquisitivo.
La posible ampliación a once países pretende ser un primer paso a sucesivas ampliaciones.
Algunas fuentes señalan que hasta 40 países habrían solicitado unirse al bloque. Según Sudáfrica, 22 países han manifestado su deseo de ingresar en el club a través de “expresiones formales de interés“.
Los BRICS van ganando en visibilidad como polo alternativo a Occidente, pero en ningún momento han alcanzado una cohesión compacta, y con una nueva ampliación a once miembros el camino sería aún más arduo.
La principal demanda común es la reforma de las instituciones creadas por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial: Naciones Unidas, Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial.
Hace años que India, Brasil y Sudáfrica reclaman la reforma de Naciones Unidas. Consideran de justicia sentarse en el Consejo de Seguridad. La mayoría de analistas está de acuerdo en que Naciones Unidas tiene un problema de representatividad. La cuestión es presionar desde fuera a través de entidades paralelas sin reglas ni propósito claro o emprender la reforma desde la propia ONU. Tanto los BRICS como el G-20 son foros que pueden ser espacios útiles de coordinación para una reforma del sistema de la ONU.
El orden mundial actual puede ser calificado de injusto y disfuncional para abordar urgencias como las crisis de seguridad, el cambio climático o la erradicación de la pobreza.
A pesar de ello, ninguno de los dos países miembros del actual quinteto de los BRICS con derecho a veto en el Consejo de Seguridad, China y Rusia, tiene interés en una reforma de calado que altere substancialmente el reparto de poder en la ONU (los otros tres miembros permanentes del Consejo de Seguridad con derecho a veto son potencias occidentales: Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia).