A 66 años del primer trasplante de corazón

Christiaan Neethling Barnard fue un médico sudafricano que pasó a la historia por haber sido el primero en realizar un trasplante de corazón humano del que se tiene constancia.

Empezó su carrera como médico cirujano general en el hospital Groote Schuur, de Ciudad del Cabo, donde su hermano mayor Marius era jefe del equipo de trasplantes.

En 1955 obtuvo una beca para ingresar en la Universidad estadounidense de Minnesota, donde en 1958 obtuvo el título de doctor especialista en cardiología. Allí fue alumno aventajado del prestigioso doctor Owen H. Wangesteen, que le introdujo en la ciencia cardiovascular, mientras que el doctor Shumway le familiarizó con la técnica de trasplantes de corazón en animales, por lo que, a su regreso de Estados Unidos, empezó a practicar durante varios años con ellos. En 1962 fue nombrado jefe de cirugía torácica del hospital Groote Schuur, donde ya había ejercido antes de doctorarse.

El 3 de diciembre de 1967, hace sesenta y seis años, el primer trasplante de corazón revolucionó la ciencia, la vida cotidiana, la dudosa comprensión que tenemos de la muerte, la poesía y el concepto de lo único. Contaba Barnard que cuando tomó el corazón de la donante, lo puso en el pecho del paciente receptor y se dedicó a suturar la delicada operación con la ayuda de su equipo médico, pensó: “¡Dios mío! ¡Esto va a funcionar…!” Enseguida, el anestesista anunció la evolución del ritmo cardíaco del paciente: cincuenta, setenta, setenta y cinco y, media hora más tarde de la última puntada, cien. Barnard se quitó los guantes y pidió una taza de té.

Todavía no se sabía con certeza, pero el trasplante de corazón, el primero en el mundo, había abierto un amplísimo campo a la cirugía cardiovascular, había abonado las raíces esenciales para la prolongación de la vida, había cambiado el concepto de la muerte que ya no llegaría cuando el corazón dejaba de latir, sino cuando el cerebro dejaba de funcionar; también había abierto el camino todavía intransitado de la donación de órganos, había derrumbado los tabúes que hablaban de las diferencias entre el hombre y la mujer porque era el corazón de una mujer el que latía en el pecho de un hombre.

Barnard se cargó de paso con cierto romanticismo eterno que ponía al corazón como cuna del amor, de la pasión, de la generosidad, descubridor y fundador de emociones, tristezas y nostalgias y arcón de los recuerdos más queridos. Ya no. El famoso corazón ahora era un músculo, un pequeño motor reparable y, en todo caso, descartable y susceptible de ser cambiado por otro.

Fuente: Infobae

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