El sector avícola tuvo un crecimiento anual sostenido hasta 2013, pero a partir de ahí la actividad redujo su producción. Con costos que aumentan de la mano de la cotización del dólar y de la recomposición de tarifas de los servicios públicos, la rentabilidad está al límite y, pese a que el consumo per cápita local sigue alto, es imposible trasladar el mayor gasto a los precios.
En efecto, en 2013 se llegaron a producir 2,09 millones de toneladas de pollo eviscerado, cifra que cayó hasta ubicarse en los 2,05 millones actuales. El sector sufrió mucho la pérdida de competitividad en la exportación, factor al que hay que sumarle que entre 2013 y 2014 se cortó la provisión a Venezuela, que era su gran destino (se llegaron a mandar 153.000 toneladas ahí en un año).
Roberto Domenech, presidente del Centro de Empresas Procesadoras Avícolas (CEPA), confirma que hubo un crecimiento de hasta 20% anual hasta 2013. «En ese año faenamos el máximo de 723 millones de pollos, según el Senasa. Pero hay un porcentaje de 15% que está fuera de las estadísticas de ese organismo, por lo que en total deberíamos hablar de 900 millones de pollos anuales», comenta.
El avícola no es un sector menor en la economía argentina: entre directos e indirectos, representa 100.000 puestos de trabajo y hay comunidades enteras que dependen de esta actividad, que genera divisas para el país por US$400 millones anuales en concepto de exportación.
Buenos Aires y Entre Ríos concentran 80% de los pollos producidos en el país, mientras que Córdoba y Santa Fe tienen 5% cada uno, Río Negro tiene 4% y Mendoza, 3%. Fuera de eso, en cada provincia hay algo de producción local. «La avicultura es una producción integrada: la empresa tiene la genética, de eso nacen los padres, de esos padres nacen los pollos, que luego se engordan; después, la misma empresa fabrica su propio alimento (90% maíz y soja), faena los pollos y los entrega en los distintos puntos de venta», relata Domenech.
El cajón de pollo cuesta $900 ($45 el kilo, menos IVA da 40 pesos). Al comerciante le llega a $40 más IVA, de ahí en más el precio se forma con lo que el vendedor le suma. «En nuestro eslabón, el negocio está en el límite: hoy hay que trabajar diez veces más en achicar el costo que en el precio, porque el bolsillo de la gente está muy golpeado. Además, hay que huir de los créditos, porque las tasas son altísimas», dice Domenech.
Convertir al pollito bebé en pollo para faena requiere el trabajo del criador, que se conoce como productor integrado. La cadena es así: el frigorífico faenador (que tiene las madres y produce el huevo fértil) provee al criador del pollito a las pocas horas de nacido y de los alimentos, medicamentos y, en el caso de Entre Ríos, del gas. El criador lleva al animal hasta los 2,8 o 3,1 kilos, según se requiera.
Ricardo Unrrein, presidente de la Cámara de Productores Integrados, dice que a los criadores los números no les cierran. «Nos pagan entre $6 y $7 por animal, cifra que está lejos de los $11,5 que, según la Secretaría de Agroindustria, sería lo que deberíamos recibir sobre la base del índice de costo de producción», comenta.
Según Unrrein, la rentabilidad para el sector integrado es nula. «Todo se desmoronó en agosto de 2018, cuando aumentó el dólar y la energía y los costos se dispararon. En Entre Ríos está la energía eléctrica más cara del país y el dólar nos afecta directamente porque todos los insumos de la granja son importados», lamenta.
A la hora de hablar de exportación, la comparación con Brasil es inevitable: ese país exporta 3,5 millones de toneladas, casi 17 veces más que la Argentina. Según Unrrein, la demanda externa está, pero los frigoríficos no quieren cerrar muchos contratos, porque temen que cambie la política de exportación (el anterior gobierno trabó exportaciones a la carne y puso arancel de casi 7% al pollo). Aun así, se exporta a 70 mercados, entre los que se destacan China, Sudáfrica, Chile, Rusia, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Inglaterra, España, Holanda, Cuba, Perú y Brasil.
Por el lado de la demanda interna, el sector no enfrenta la retracción que sufren otros, puesto que el consumo de pollo está entre los más altos del mundo. Con sus 44 kilos per cápita al año (similar al de Brasil), solo es superado por los países árabes, que están por encima de los 70 kilos.
El producto final llega al consumidor con los siguientes precios: $60 el kilo de pollo, $70 el kilo de pata muslo y $100 el kilo de suprema. Todo con el 10,5% de IVA incluido (desde enero de 2018 es la mitad de 21%). «Con estos valores, los comercios tienen una rentabilidad de 20%», precisa Domenech.
Adalberto Rossi, director de Cátedra Avícola y especialista del sector, señala que la venta no cayó en los comercios, porque es la carne más barata que hay. Por eso, pasó de un consumo per cápita anual de 9 kilos a los actuales 44 kilos y le quitó terreno en los últimos años a la carne vacuna.
En tanto, desde la Cámara Argentina de Productores Avícolas (Capia), que agrupa a productores de huevos, informan que la ingesta de huevos cayó 3,8% en 2018 (270 unidades per cápita al año). «Ese descenso tiene su correlato en la población de aves, que decreció un 4% interanualmente en el mismo período, pasando de 44,2 millones a 42,4 millones», se indica.
Se registró además una fuerte retracción en las exportaciones. La participación del huevo argentino en los mercados externos cayó 17% el año pasado. «Esto es consecuencia directa del incremento de los costos de producción, la brutal carga impositiva, la caída del poder adquisitivo, la falta de incentivos y de financiamiento para la exportación», señala Javier Prida, presidente de Capia.
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